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En boca, este vino blanco sorprende por su frescura y equilibrio. Las notas minerales propias del terroir se funden con la fruta y la acidez, ofreciendo un paladar sabroso y persistente. El final amargo, delicado y elegante, aporta una complejidad adicional que invita a una nueva copa. Es el compañero ideal para maridar con pescados y mariscos. Su frescura y mineralidad lo convierten en un vino versátil que realza los sabores de cualquier plato. Parte de este texto también se ha editado en el sitio de Manuel, bajo el título “Un Moscatel de Alejandría que desafía las pendientes”.
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[1] Auténtico tesoro de la viticultura andaluza. Las uvas que dan vida al Monte faco crecen en parcelas escarpadas, terreno donde la viticultura tradicional se fusiona con la naturaleza más empinada. El suelo, pobre en materia orgánica pero rico en láminas de pizarra, junto con el clima característico de la zona, confiere a la uva unas especificidades únicas e inconfundibles. La vendimia es un proceso meticuloso y artesanal. Los racimos de Moscatel de Alejandría se recolectan a mano en las primeras horas de la mañana, cuando la frescura de la noche aún perdura. Este cuidado extremo garantiza que el fruto llegue a la bodega en perfectas condiciones, preservando así todos sus aromas y sabores.