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Su color de oro viejo, testigo del paso del tiempo, junto a su aroma intenso, conversan acerca de una crianza oxidativa esmerada, que ha tallado pacientemente notas de torrefacto, mementos entrelazados con reminiscencias de almíbar, caramelo y crema de leche, así como la profundidad de la fragancia del cuero viejo. En boca, la fuerza, el frescor y la complejidad se fusionan en feliz danza equilibrada, dejando una persistente sensación reflexiva que invita a prolongar el placer del recuerdo[1].
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[1] Parte de este texto también e ha editado en el sitio de Manuel, bajo el título “Un tesoro no tan escondido”.